Nos vamos juntos - Caifanes
Recibí los primeros minutos del 23 de octubre de 2011 con la euforia a flor de piel. La algarabía del mercado ambulante instalado en la pequeña plaza del auditorio me arrancó del trance en el que había permanecido por poco más de dos horas. Como en un flashback, las imágenes desfilaron en mi cabeza y recordé que, cuatro horas antes, mi ansiedad por llegar puntual a la cita se disipó al ver la turba de seguidores aglutinados en las puertas del recinto. Supe entonces que la entrada no sería rápida; en realidad, el evento no comenzaría a las 20:00 hrs, como indicaba el pase de entrada.
Me abrí paso entre tanta gente hasta ocupar el último espacio de una fila interminable. Los minutos transcurrían; los impuntuales seguían llegando. Esperaba ver un paisaje netamente rockero: rostros maquillados, delineados y peinados al estilo de Robert Smith, botas y chamarras de piel, como en los años mozos de la agrupación. Sin embargo, el panorama era más amplio, más plural e incluía a una nueva generación que había conocido a la banda a través de sus padres, tíos o hermanos mayores.
Aún me sentía inquieto, nervioso. La espera había durado tanto… más de 15 años desde que Caifanes anunciara su separación tras dar su último concierto en San Luis Potosí, en agosto de 1995, debido a inagotables diferencias entre Marcovich y Saúl Hernández.
En este intervalo, cada quien siguió su propio camino con proyectos musicales distintos. No fue hasta abril de 2011 cuando Caifanes se reencontró en el festival Vive Latino y anunció su gira 2011-2012 por todo el país. Lo mejor fue que participarían todos sus integrantes, incluyendo a Sabo y Diego.
Súbitamente, la muchedumbre empezó a avanzar. En cuestión de tres cuartos de hora, todos estábamos exasperados dentro del lugar, exigiendo el inicio del show.
Los vendedores hacían su agosto: ofrecían palomitas, papas fritas y caguamas que vertían en vasos desechables de 1.2 litros para el público más osado. Tuvieron que cumplirse otros 20 minutos para que la iluminación y la música de fondo de Los Beatles se apagara. La tensión aumentaba; el griterío era estruendoso, emocionado.
Y entonces, sin anuncio ni preámbulo, una silueta delgada emergió desde la derecha del escenario y avanzó hasta posicionarse frente al teclado: era Diego Herrera, quien ya hacía lo propio; empezó a tocar algo que no se parecía en nada a la introducción de ninguna canción del repertorio. Minutos después salió Alfonso André y se ocupó de la batería; le siguieron Alejandro Marcovich en la guitarra, Sabo Romo en el bajo y, por último, Saúl Hernández.
¡Por fin, Caifanes aparecía una vez más en la escena! Para entonces, el Poliforum estaba a punto de reventar de júbilo. Los primeros acordes de Será por eso se dejaron escuchar; la voz de Saúl, que coreaba: "Desde aquel día me trajeron para acá, será porque no me dejaba rasurar...", se fundió con más de tres mil gargantas enardecidas. Las tres pantallas enormes, colocadas en lo alto —a la derecha, izquierda y al centro— no perdían detalle de los movimientos de los músicos, que evidenciaban una madurez musical que solo los años saben dar.
Temas como Cuéntame tu vida, Perdí mi ojo de venado, Mátenme porque me muero, Nunca me voy a transformar en ti, incluidos en su primer disco homónimo, pusieron a brincar y cantar a todos sus seguidores. El clímax llegó con las piezas más emblemáticas de El nervio del volcán y El silencio: Los dioses ocultos, No dejes que, La célula que explota, Miedo y Aquí no es así. En cada acorde, Marcovich dejaba claro que su guitarra no solo era acompañamiento, sino que su estilo fue fundamental para otorgarle identidad a Caifanes.
Entre Saúl y Alejandro se notaba una complicidad renovada la armonía había vuelto a fluir.
Luego de casi dos horas de concierto, se despidieron con Nos vamos juntos, la canción que esperaba y que disfruté hasta la última nota. Después abandonaron el escenario; sin embargo, no tardaron en regresar. La fanaticada les pidió las del estribo y, entre una gran ovación que los recibió nuevamente, remataron con cinco temas más.
Al final, todos quedamos satisfechos. Caifanes había hecho reaparecer la magia musical, la misma que los convirtió en una gran banda de rock hasta la mitad de la década de los noventa.
La noche llegó también a su fin. A las 00:15 abandoné el recinto y afuera, ya más tranquilo, caí en la cuenta que este reencuentro había sido mi primer regalo de cumpleaños y sin duda, una extraordinaria forma de empezar el día.
Me abrí paso entre tanta gente hasta ocupar el último espacio de una fila interminable. Los minutos transcurrían; los impuntuales seguían llegando. Esperaba ver un paisaje netamente rockero: rostros maquillados, delineados y peinados al estilo de Robert Smith, botas y chamarras de piel, como en los años mozos de la agrupación. Sin embargo, el panorama era más amplio, más plural e incluía a una nueva generación que había conocido a la banda a través de sus padres, tíos o hermanos mayores.
Aún me sentía inquieto, nervioso. La espera había durado tanto… más de 15 años desde que Caifanes anunciara su separación tras dar su último concierto en San Luis Potosí, en agosto de 1995, debido a inagotables diferencias entre Marcovich y Saúl Hernández.
En este intervalo, cada quien siguió su propio camino con proyectos musicales distintos. No fue hasta abril de 2011 cuando Caifanes se reencontró en el festival Vive Latino y anunció su gira 2011-2012 por todo el país. Lo mejor fue que participarían todos sus integrantes, incluyendo a Sabo y Diego.
Súbitamente, la muchedumbre empezó a avanzar. En cuestión de tres cuartos de hora, todos estábamos exasperados dentro del lugar, exigiendo el inicio del show.
Los vendedores hacían su agosto: ofrecían palomitas, papas fritas y caguamas que vertían en vasos desechables de 1.2 litros para el público más osado. Tuvieron que cumplirse otros 20 minutos para que la iluminación y la música de fondo de Los Beatles se apagara. La tensión aumentaba; el griterío era estruendoso, emocionado.
Y entonces, sin anuncio ni preámbulo, una silueta delgada emergió desde la derecha del escenario y avanzó hasta posicionarse frente al teclado: era Diego Herrera, quien ya hacía lo propio; empezó a tocar algo que no se parecía en nada a la introducción de ninguna canción del repertorio. Minutos después salió Alfonso André y se ocupó de la batería; le siguieron Alejandro Marcovich en la guitarra, Sabo Romo en el bajo y, por último, Saúl Hernández.
¡Por fin, Caifanes aparecía una vez más en la escena! Para entonces, el Poliforum estaba a punto de reventar de júbilo. Los primeros acordes de Será por eso se dejaron escuchar; la voz de Saúl, que coreaba: "Desde aquel día me trajeron para acá, será porque no me dejaba rasurar...", se fundió con más de tres mil gargantas enardecidas. Las tres pantallas enormes, colocadas en lo alto —a la derecha, izquierda y al centro— no perdían detalle de los movimientos de los músicos, que evidenciaban una madurez musical que solo los años saben dar.
Temas como Cuéntame tu vida, Perdí mi ojo de venado, Mátenme porque me muero, Nunca me voy a transformar en ti, incluidos en su primer disco homónimo, pusieron a brincar y cantar a todos sus seguidores. El clímax llegó con las piezas más emblemáticas de El nervio del volcán y El silencio: Los dioses ocultos, No dejes que, La célula que explota, Miedo y Aquí no es así. En cada acorde, Marcovich dejaba claro que su guitarra no solo era acompañamiento, sino que su estilo fue fundamental para otorgarle identidad a Caifanes.
Entre Saúl y Alejandro se notaba una complicidad renovada la armonía había vuelto a fluir.
Luego de casi dos horas de concierto, se despidieron con Nos vamos juntos, la canción que esperaba y que disfruté hasta la última nota. Después abandonaron el escenario; sin embargo, no tardaron en regresar. La fanaticada les pidió las del estribo y, entre una gran ovación que los recibió nuevamente, remataron con cinco temas más.
Al final, todos quedamos satisfechos. Caifanes había hecho reaparecer la magia musical, la misma que los convirtió en una gran banda de rock hasta la mitad de la década de los noventa.
La noche llegó también a su fin. A las 00:15 abandoné el recinto y afuera, ya más tranquilo, caí en la cuenta que este reencuentro había sido mi primer regalo de cumpleaños y sin duda, una extraordinaria forma de empezar el día.
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