jueves, 8 de mayo de 2025

La forma del olvido

" El silencio creció entre ellos como un lenguaje nuevo, 
uno que ya no necesitaba palabras para decir que el vínculo 
se había disuelto en el tiempo."

Anónimo




jueves, 10 de abril de 2025

Los Hermanos Gutiérrez

 
Until We Meet Again - Hermanos Gutiérrez
 
 
En su libro El texto literario como partitura, Alejandro Aldana Sellschopp señala —al abordar la relación entre literatura y música— que esta última "tiene un poder evocativo que, en muchas ocasiones, no consigue la palabra hablada o incluso la poesía". Basta con escuchar los primeros acordes de una melodía para que la mente nos lleve a memorias personales o a escenarios completamente distintos.
 
En este tenor, pocos músicos logran una fusión de sonidos tan cautivadora como la que consiguen los Hermanos Gutiérrez. Sus canciones evocan paisajes vastos y desérticos, con una clara influencia del western y el folk latinoamericano. Su música, puramente instrumental, se construye sobre acordes de guitarras con reverberaciones profundas que crean una atmósfera de nostalgia.
No soy músico ni experto en teoría musical, pero sé reconocer esos acordes que convierten las emociones en algo audible.

 Del oído nace el amor
 
Descubrí a los Hermanos Gutiérrez por azar, en una larga playlist de folk repleta de nombres desconocidos para mí, dentro de la app del iconito verde. Until We Meet Again agudizó mi oído y me atrapó con las primeras notas, transportándome a escenarios de atardeceres rojizos y caminos polvorientos. Tras ese primer encuentro, sus canciones llegaron en cascada, una tras otra, a través de los seis álbumes que han publicado, todos con la peculiaridad de contar historias sin necesidad de palabras.

Su música es, en esencia, una experiencia sensorial que conecta con las emociones, ideal para quienes disfrutan de paisajes sonoros evocadores y de la belleza de la guitarra en su expresión más pura.

jueves, 13 de octubre de 2016

Maticuti y el premio Nobel de Literarura 2016


   

De su mochila extrajo una colección generosa de casetes con carcasas de colores diversos: algunos lucían etiquetas borrosas, otros simplemente no llevaban nombre alguno. 

_ Pura música chingona. _ Me aseguró, mientras al hablar salpicaba mayúsculas gotas de saliva como si se le desbordara la emoción. No dudó en compartirme su tesoro musical pero me pidió que se los devolviera apenas terminara de oirlos. 

Mi sorpresa fue mayor cuando, al insertar uno de los casetes en la pequeña grabadora color roja comenzaron a sonar canciones de Bob Marley, Rod Stewart, Phill Collins y algunos otros (puros temas en inglés). En particular me recomendó un casete -su preferido dijo- de cubierta negra,  maltratada y sucia. Dude que funcionara, lo coloqué en la casetera y presioné la tecla de reproducción, enseguida se escuchó
Blowin´ in the wind de Bob Dylan con una calidad de sonido extraordinariamente limpio,  muy parecido a un original; toda la cinta tenía melodías del compositor estadounidense. 
 
Nunca supe si Maticuti sabía a quienes escuchaba cada vez que usaba su colección. Lo que sí intuí es que tenía buen gusto musical,  tal vez porque se echaba sus "viajes" -de esos que no requieren maleta- y en el camino había aprendido a afinar el oído .
 
PD. A propósito que Bob Dylan gana el premio Nobel de Literatura 2016.

miércoles, 2 de julio de 2014

Caminantes

 

 
"No camines delante de mí, puede que no te siga.
 No camines detrás de mi, puede que no sea un guía.
 Solo camina a mi lado y se mi amigo." 
Albert Camus
 
 
Traté de explicarle que solamente había sido un juego.
Con un movimiento brusco, lo tiró al suelo y lo sujetó por el cuello. Cuando Juan Carlos (mi compañero de primaria) comenzó a llorar, Paco lo liberó del torniquete que le había aplicado a su cuerpo ya inmovilizado por la caída.
 
El Cuache —como conocíamos a Juan Carlos— se quedó sollozando en el césped, mientras Paco se levantaba, un poco desconcertado por lo sucedido, pero con una mirada que advertía que nunca más debía molestarme.
 
Dos pensamientos en conflicto me hicieron reflexionar: por una parte, reprobaba la conducta hostil de Paco, que me causaba extrañeza, pues nunca antes había tenido una actitud agresiva con nadie. Sin embargo, me di cuenta que estaba dispuesto a defenderme ante cualquier suceso que pusiera en peligro mi menuda humanidad de apenas diez años.
 
El origen del incidente debió ser un juego de lucha libre que El Cuache inició apenas llegábamos al campo deportivo El Águila. Me tomó por sorpresa y me derribó. Forcejeamos un poco, pero su cuerpo, mucho más pesado que el mío, terminó por vencerme. He de suponer que aquella acción Paco la interpretó como una auténtica pelea; fue entonces cuando ocurrió su embestida.
 
Enseguida, los amigos con quienes jugábamos fútbol todas las tardes sugirieron que nos retiráramos del lugar. Juan Carlos tenía un hermano gemelo y seguramente aparecería en cualquier momento para cobrarnos lo acontecido a su hermano. En cuestión de minutos, Paco y yo salimos disparados de ahí y nos dirigimos a mi casa. Durante el trayecto, no mediamos palabra alguna; la culpa y el desasosiego me invadieron, pues tenía la certeza de que habíamos hecho algo malo. Sin duda, al día siguiente el gemelo me buscaría en la escuela y me la cobraría con intereses.
 
Mientras tanto, ya en casa, sentados en el patio, volví a explicarle que solo había sido un juego. Le dije que nunca más debía reaccionar así.
 
¿Por qué? —inquirió Paco con su peculiar forma de hablar. Aún no alcanzaba a comprender totalmente la situación.
 
Porque fue una pelea de mentiritas —respondí someramente.
 
¿Por qué? —volvió a cuestionar con ingenuidad.
 
Porque sí —reprendí, ya molesto.
 
Su mirada de niño, no obstante su edad, me arrebató una expresión de ternura. Lo abracé y le di suaves palmadas en la espalda como señal de que todo estaría bien. al final de la tarde, tomamos café con pan y olvidamos el tema.
 
Al día siguiente, esperaba que El Cuache me moliera a golpes. Sin embargo, volvió a sorprenderme: se ocultó detrás del salón de clases y, cuando me vio llegar, entró corriendo, me amarró con sus brazos y, con la sentencia:
 
¡Ahora sí me las vas a pagar!
Cerré los ojos esperando el impacto.
Una risotada resonó en todo el salón. Su semblante burlón me confundió.
 
Ayer en el campo no pasó nada. Fingí llorar para que tu primo me soltara —dijo todavía mofándose.
 
¡Ven, vamos a jugar fut! —añadió. Me dio un tirón en el hombro y salió corriendo perdiéndose entre los demás salones.
 
Me senté en la banca, esbozando una sonrisa de alivio. A la postre, agradecía que las cosas se hubieran resuelto de esa forma.
 
Muchos años después nos volvimos a encontrar los tres. Caminaba junto a Paco para no sé qué menesteres, precisamente por la zona de El Águila; Juan Carlos nos reconoció de inmediato, nos saludó, estrechó la mano de Paco y después la mía. Platicamos animadamente sobre cosas triviales, pero ninguno de los dos mencionó aquella anécdota en la que nos vimos involucrados.
 
Nos despedimos de El Cuache brevemente, luego Paco y yo continuamos caminando, como tantas veces lo hicimos durante mucho tiempo, juntos, como dos entrañables amigos.